Unos Minutos, Una Eternidad

Soltó un leve gemido al sentir cómo el tubo entraba en su cuerpo, de la misma forma que tantas otras veces él lo había hecho. Apretando con fuerza sus labios para no gemir más se dispuso a aceptar el peso de su propia decisión, costase lo que costase. Cuatro minutos más, sólo serían cuatro minutos más antes de que todo acabara.
Una fría lágrima rodó por su mejilla, mientras una sola palabra llenaba por completo su mente. Esta palabra la carcomía por dentro, una maldición que sabía la acompañaría por siempre a partir de aquel día. Estaba segura de ello. En aquellos cuatro minutos, todo lo que amaba de sí misma se perdería para siempre. O al menos todo lo que le iba quedando.
“Solo tres minutos más…”
A su lado, su cómplice y torturador observaba que todo se efectuara en orden, manteniendo una calma que a ella le hacía gran falta. ¿Cómo podía mantenerse calmo, cómo podía ser solo un mudo testigo? Ocultando su rostro entre sus manos evitó que éste viese lo mal que se encontraba, mas al hacerlo recibió con un súbito fogonazo la imagen de aquel rostro infantil que había debido observar en la mañana. Aquel pequeño, que bien pudo haber sido quien ahora era su víctima.
Dos minutos más.
¿Era la decisión correcta? Sabía que sólo así podía optar por un futuro, y no iba a permitir que fuera él quien continuara con su vida, mientras ella quedaba cautiva en el pasado. Ahora podría seguir con sus sueños, tal como lo había planeado desde siempre. Y sin embargo…. Sin embargo el recuerdo de aquel otro le perseguiría por siempre. Tal como tantas otras personas le habían advertido que sería.
Sólo un minuto más…
Un sollozo escapó de la sólida protección de sus manos. Cada vez que mirara un infante, a partir de aquel momento, lo recordaría. Y cada vez que escuchara la risa de un niño volvería a revivirlo todo, la tristeza la lanzaría de nuevo hacia el abismo. Y todo se volvería rojo.
Pero a pesar de la certeza de todo lo que iba a sufrir, estaba segura de que ésa era la decisión correcta. Antes de la humillación, la burla, prefería el dolor. Al menos su depresión sería suya, y sólo suya.
- Señorita, terminamos…

Con una incómoda sensación de succión, el tubo abandonó su cuerpo. Dos horas más duró la molestia, similar a la de cualquier menstruación, que fue la única huella física que dejó lo que había ocurrido. Pero dentro de su mente, quedó una herida que sólo el olvido de la muerte podría haber borrado.
Por el otro extremo del tubo, los ensangrentados fragmentos de vida fueron alejados de aquel escenario de muerte, con el resto de la basura. Y una pequeña manita destruida se despidió por última vez de aquella a la que en silencio había llamado “Mamá.”